miércoles, 24 de noviembre de 2010

Una noche, era jueves, Marina me besó en los labios y me susurró al oído que me quería y que, pasara lo que pasara, me querría siempre.
Murió al amanecer siguiente, en silencio, tal como había predicho Rojas. Al alba, con las primeras luces, Marina me apretó la mano con fuerza, sonrió a su padre y la llama de sus ojos se apagó para siempre
-Marina, te llevaste todas las respuestas contigo

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